lunes, 29 de agosto de 2011

Domingo de fútbol


Empezó la liga española de fútbol, por si alguien no se había enterado. Tenía algo de tiempo libre después de comer así que pude llevarme el portátil a uno de los bares cercanos que tienen conexión a internet rápida para ver la segunda parte del partido del Celta. 1-3. Buen comienzo, nivel de optimismo para la temporada: 120 por cien.

Por la tarde estaba viendo el interesantísimo Manchester – Arsenal que iba tres uno en la primera parte cuando me dicen que el armador quiere ir a ver el partido al bar con alguien de la tripulación. Como los marineros saben tanto de fútbol como yo de baseball y el segundo oficial no estaba cambiado, me ofrecí voluntario.

Fue de camino al bar cuando el armador me comentó que en realidad íbamos a ver un partido de la liga griega. Ouch. Panathinaikos contra Malaka United o algo así. Madre mía. Que en el segundo mejor equipo de un país jueguen jugadores que salieron rebotados del Celta recientemente dice mucho de la calidad de su liga.

El armador insistió en que me tomase algo ya que les iba a dar 10 euros de cualquier manera. “Hay que apoyar la economía local” dijo. En el descanso dimos un paseo corto hasta otro bar para ver el resultado final del partido de la liga inglesa. 8-2. Me cachis en la mar. Allí invitó a una pareja de desconocidos a un helado y el dueño del local le regaló una enorme lata de aceite de oliva. Me sentí cómo caminando con Vito Corleone en sus buenos tiempos. Sólo nos faltó que nos regalaran unas naranjas.

Vimos la segunda parte del infernal partido (el estadio era como el del Rápido de Bouzas) en otro bar. Allí no tomamos nada pero el armador pidió cambio de un billete de 50 y dejó 10 de propina para la camarera. Después de 45 minutos que parecieron 450 dimos otro pequeño paseo hasta una tienda de suvenires. Allí compró una esponja natural pero lo mismo hubiese sido una sartén o una figurita de adorno.

“Hay que apoyar al mercado local” dijo otra vez. Volvimos al barco y regalé la esponja a uno de los tripulantes.

Nunca te ofrezcas voluntario para nada.

sábado, 27 de agosto de 2011

Mi mascota


A veces se me olvidan contar algunas cosas que me pasan. No es ningún problema ya que así tengo alguna tontería para contar en directo cuando vuelva, delante de una hoguera o en una esquina oscura de un bar.

Resulta que uno de los últimos días que estuvimos en Saint Tropez me hice con una mascota, Una hormiga reina que acababa de perder las alas apareció en la regala y no dudé a la hora de meterla en una botella de agua vacía con un algodón húmedo y un trozo de galleta.

Las hormigas ocupan el 6º puesto en mi lista de animales preferidos detrás de perros, tortugas, delfines, cangrejos y gaviotas. El 7º si aceptamos a El Toro como animal.

Las hormigas no piden nada como mascotas y es entretenidísimo verlas trabajar. Hacen túneles, montañas, cargan comida… Siempre todo por el bien de la colonia. Una reina y todas obreras. ¿Quién dijo que monarquía y comunismo no eran compatibles?

Total que sujeté la botella con unos libros en mi camarote para que no se moviera mucho con el movimiento del barco y la cuidé y alimenté durante un par de semanas. Pensaba echar un vistazo en el Carrefour de Mónaco a ver si encontraba un hormiguero o un recipiente mejor para cuando la colonia creciese. Hasta le puse un nombre: Napoleón.

Pero por un descuido, Napoleón se escapó de la botella como su tocayo de Elba. Y la verdad es que ando algo preocupado.

Tengo sentimientos contradictorios. Por un lado espero que esté bien ya que no me gusta privar a un animal de su libertad para que luego muera. Me siento responsable de su suerte. Por otro, la idea de tener una colonia de hormigas francesas medrando en algún rincón de mi camarote no es muy tranquilizadora.

No me gustaría despertarme un día como en un remake de “Cuando ruge la marabunta” en versión moderna y con la Marsellesa de fondo.

Inquietante.

viernes, 26 de agosto de 2011

Mi casa de verano


Después de más de tres meses dando la lata con historietas, me doy cuenta de que apenas he hablado del barco en el que trabajo y vivo y como que ya van siendo horas.

Se trata de un yate de 62 metros, casco de acero, a motor, construido en 1981 en Viareggio, Italia. En su día estaba entre los 10 más grandes del mundo, pero ahora no debe estar ni entre los 100. 30 años es bastante tiempo para un barco, pero seguimos teniendo buena pinta. Se podría decir que es de estilo más bien clásico y tenemos una chimenea pintada de verde que hace que de costado seamos inconfundibles. Es un barco muy estable y no necesitamos estabilizadores, lo que es una suerte ya que llevan un año sin funcionar.

En cuanto a equipamiento estamos por encima de casi todos los yates de nuestro tamaño. Cuatro embarcaciones auxiliares (cinco si contamos la de rescate), cuatro motos de agua, banana, donuts, esquís, wakeboard… Nadie puede quejarse de que se aburra a bordo. Especialmente la tripulación de cubierta que se encarga de que todo esté a punto para su uso.

En cuanto al interior, es un barco muy espacioso, tanto para los invitados como para la tripulación. No nos podemos quejar. Lo que pasa es que la última reforma se hizo hace doce años y lo que en el exterior se podría considerar clásico, aquí se podría decir que está un poco pasado de moda o incluso que es un pelín hortera.

Hace no tanto, cuatro cinco años, estaba considerado uno de los mejores yates que un tío con pasta podía chartear en el Mediterráneo. Por aquí pasaron desde actores de Hollywood a tenores españoles: Renée Zellweger, Bon Jovi, Jim Carrey (al que le debemos el que tengamos televisión por satélite), el dueño de Lego, el de la leche Pascual, Josep Carreras… Y un montón de gente más, quizás no tan conocida pero que podía gastarse lo que gana un trabajador en media vida en una semana de vacaciones. Esos fueron los buenos tiempos.

Ahora tenemos que conformarnos con los roñosos Khrapunov, o crap-enough como empezamos a llamarles cariñosamente después de ver la propina que nos dejaron.

El barco tiene sus problemillas, como todos, pero uno le acaba cogiendo cariño. Al fin y al cabo, ahora mismo es mi casa.

Mas o menos.

jueves, 25 de agosto de 2011

Hacia el este


La salida de Argostolis fue igual de agradable que la llegada. Otra vez el olor de los pinares cercanos y esta vez cambiamos la tortuga por dos delfines que su pusieron a saltar a proa. Esto junto con que salimos justo al amanecer con el mar en calma completó un paisaje digno de postal. Tengo que ser justo con Grecia. No toda da asco.

De nuevo otra parada antes de coger a los dueños. Y otra vez un nombre que evoca algo completamente distinto. Trizonia. Tenía grandes esperanzas puestas en ese sitio, con ese nombre tenía que ser una pasada. No se sí me recuerda más a algo del tipo: “Comandante, entraremos en la órbita de Trizonia en tres minutos, ¡Maldición! ¡Cazas espaciales! No me cogerán sin lucha ¡Fiun, Fiun!” O algo del tipo: “Fulaniun de Taliun hijo de Menganiun, heredero al trono de Trizonia”.

Pero la realidad resultó ser bastante decepcionante y resultó que el sitio es solamente una isla sin nada especial en medio del mar de Corinto. Y plagado de medusas grandes como sandías para más inri.

Pasamos la noche allí y al día siguiente salimos hacia Corinto ciudad, o pueblo mejor dicho, para recoger a los dueños y cruzar el canal todos juntos en amor y compañía. La salida no fue fácil. Al levantar el ancla encontramos una red toda enredada alrededor de la cadena. Uno de los marineros tuvo q tirarse al agua con un cuchillo para quitarla. Un agua infestada de medusas y con un delfín que se pasó por allí para curiosear.

Cruzamos el canal sin problemas. Por fin estábamos en el Sarónikos de nuevo. ¿Destino? Poros, evidentemente.

Los dueños de los bares están frotándose las manos.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Perfil del tripulante 5: La nueva jefa de interiores


Después del último chárter la jefa de interiores pidió la cuenta y puso rumbo a Rumanía. El resto de las chicas casi brindó con champán ese día. La verdad es que era la única tripulante con la que había habido algunos problemas así que desde ese momento la convivencia a bordo ha sido mucho más tranquila.

La azafata senior ocupó su lugar y es de la que os voy a hablar hoy. Se llama Lidiya (suena igual que Lidia) y es ucraniana.  Se crió en un país que vivía con la amenaza de que el monstruo capitalista atacase en cualquier momento así que en el colegio a la tierna edad de diez años aprendió a montar, desmontar, cargar y disparar un kalashnikov, el mejor invento de la madre patria Rusia. Ahí queda eso.

No debe medir más de un metro sesenta pero el día que estalle la tercera guerra mundial, un ataque masivo zombi o cualquier otro tipo de apocalipsis, me la pido en mi equipo.

Lleva trabajando en el mar desde hace más de veinte años así que le sobra experiencia. Es una profesional como la copa de un pino. Ahora tiene la suerte de poder trabajar con su marido, que es el jefe de cocina de nuestro barco.

Lidiya no suele beber, pero cuando lo hace se dedica a ello como sus antepasados cosacos. Cuando eso ocurre, la proporción de tacos que salen por su boca, que normalmente es de 2 de 6 (2 tacos de cada 6 palabras) pasa a ser de 2 de 4. No hay sustantivo que no acompañe de “bloody” o “fucking”. Lo raro es que jura que no decía ni una sola palabrota antes de empezar a trabajar en este barco.

Otra curiosidad es su fino radar para las tiendas caras, su gran debilidad y el quebradero de cabeza de su marido. Sería capaz de encontrar una tienda de Gucci en plena estepa siberiana. Es realmente asombroso.

Todo va mejor desde que ella está a cargo del departamento de interiores y no es fácil mantener la paz entre tantas mujeres.

Esperemos que dure.