miércoles, 28 de septiembre de 2011

Salvar al soldado López


Tengo delante de mí un papel de un valor incalculable pero a los ojos de cualquiera ese valor pasaría inadvertido. Dicho papel es un folio normal. DIN A-4, 80 gr./m2. Es una fotocopia de una impresión de una tabla hecha en Excel. Sobre esa tabla hay anotaciones hechas a mano y tachones. Nombres y  números. Todo ha sido corregido 100 veces, pero es la definitiva.

En esa tabla está mi nombre y mi rango a bordo. Y un par de columnas hacia la derecha, hay dos números y cuatro letras que significan mucho para mí. Los números son 12/11 y las cuatro letras forman una palabra preciosa: VIGO. Son una fecha y un destino.

En “Salvar al soldado Ryan” hay un momento en el que la tropa a las órdenes de Tom Hanks cuestionan la lógica de su misión, arriesgar la vida de diez hombres por la de uno, y amenazan con desertar. El bueno de Tom les suelta un discurso de Óscar y los acaba convenciendo de que se queden. En él les cuenta que le importa una mierda el tal Ryan. Se trata del deber en el trabajo. Se trata de hacer las cosas bien. Se trata de que después de todo lo que han hecho, cosas de las cuales puede que no se sientan orgullosos, hacer algo correctamente y, esta frase me encanta, “ganarse el derecho a volver a casa”.

Así me siento yo viendo este papel delante de mí. Uno intenta hacer las cosas bien en su trabajo. A veces salen mejor y otras peor. Uno también hace cosas de las que no se siente precisamente orgulloso. Uno intenta hacer lo que es correcto y lo que se espera de él no porque le paguen por eso, que también. Uno intenta hacer todo eso para obtener el papel que tengo delante. 12/11 VIGO. Después de seis meses, me habré ganado el derecho de volver a casa. De volver con la cabeza alta y la satisfacción del trabajo bien hecho. Y no sólo eso, si no que me habré ganado el derecho de volver a trabajar en este barco el año que viene.

Siempre me he considerado afortunado por las oportunidades que la vida me ha brindado. Pero vive Dios que me he esforzado lo que no está escrito por aprovecharlas.

Doce de Noviembre, Vigo.

Suena tan, tan bien…

martes, 27 de septiembre de 2011

Alegría


Hoy va a ser corto. No se han inventado las palabras, al menos en los pocos idiomas que yo conozco, para describir el día de ayer.

No sé cómo se dice “Cuando  ves el mensaje a las cinco de la mañana  diciendo que Ella está cogiendo el último avión y te pones a bailar, literalmente, en la cama, al ritmo de una música que sólo suena en tu cabeza”.

No viene en mi diccionario una palabra para “Los nervios que sientes esperando en el aeropuerto como un perro por su amo, preguntándote si será la siguiente en aparecer tras la puerta, pensando en un millón de cosas y una sola a la vez”.

No he leído en ningún libro de física, un término para describir “Un abrazo que no sólo reduce la distancia a cero, sino también el tiempo, y que haga que los problemas, que ayer parecían que tendían a infinito, en ese momento se dividan por diez”.

Todo eso pasó ayer entre las cinco y las diez de la mañana. Pasaron un millón de cosas más, pero como dije, no hay palabras. Además eso queda entra Ella y yo.

La única palabra que me viene a la cabeza es la que puse hoy por título y que no me importa lo más mínimo repetir:

Alegría.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Preparativos


La visita de tu pareja en tierras extranjeras requiere un montón de preparativos. Una vez solucionados temas principales como son el vuelo y el alojamiento, conviene prepararse un poco en temas que parecen no tan importantes pero que pueden marcar la diferencia entre una estancia buena o mejor.

Medio de transporte. Cuando comenté a varios miembros de la tripulación que había encontrado un coche de alquiler por 18 euros al día hubo mucha risita socarrona sobre si las ruedas iban incluidas o si me cobrarían el alquiler del volante aparte. Cuando aparecí con un enorme Nissan Terrano 4x4 callé muchas bocas. Lástima que al día siguiente tuve que cambiarlo por un Picanto que parece de Playmobil.

Compras. Ya motorizado, era tiempo de hacer ciertas compras. Cuando les conté al núcleo duro feminista del barco los regalos que tenía preparados me cayó una lluvia de reproches a tres flancos sin cuartel que me obligó a volver al centro comercial. A eso hubo que añadirle un kit de supervivencia higiénica básica para diez días de hotel consistente en cepillo de dientes y desodorante.

Exploración e investigación de los alrededores. La parte sin duda más importante. Ya que vamos a tener cocina, me pareció buena idea localizar supermercados. Encontré Carrefour, Lydell y uno con letras griegas impronunciables. También investigué las cercanías del hotel para buscar sitio para aparcar. Encontré unas callejuelas llenas de gatos tanto vivos como muertos que servirán. Luego fui a comprobar el estado de la playa que me habían recomendado. Pido disculpas por mi error del otro día. La carretera de “La carretera”, de “Mad Max”, el camino de Mordor dónde se extienden las sombras, es la carretera que lleva a dicha playa.

Esta vez soy yo el que esperará en el aeropuerto, para variar. Nervios y alegría. Y al final de la espera un abrazo, que nos hace tanta falta como el respirar.
 
Unas horas pueden ser más largas que cuatro meses y medio.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Fiesta final


Estábamos lijando tranquilamente a proa cuando se me ocurrió decir: “Paul, ¿No deberíamos hacer una última fiesta de despedida? Ya os hablé algo de Paul anteriormente. Cuando se trata de organizar una fiesta, Paul es como El Equipo A y Mac Gyver juntos.

Un par de horas más tarde, la tripulación de un barco cercano estaba invitada. Ellos traerían la barbacoa. Mientras unos cuantos hacíamos la compra, Paul se encargó de la iluminación, la música, la madera y de que la explanada de al lado de nuestro contenedor, dónde aparcamos, resultase casi acogedora.

La fiesta estuvo muy bien. Los americanos del otro barco, del sur profundo de Estados Unidos, prepararon “pollo borracho al estilo Luisiana” y nosotros salchichas y hamburguesas carbonizadas. Uno de ellos trajo una guitarra y después de un par de canciones de los pantanos, un tal Jeff cogió el relevo y nos asombró con “Hotel California” y otras perlas de Rock clásico.

Hubo risas, canciones, comida, bebida y mucha conversación. Y un milagro. En un momento dado miré a mi alrededor. Vi compañeros a los que casi puedo empezar a llamar amigos. Vi a nuestros colegas de la policía intentando convencernos de que las salchichas chipriotas son las mejores del mundo. Vi a Paul con un casco de obrero y un chaleco salvavidas. Vi el fuego de una hoguera que anima a la gente a sentarse alrededor y hablar desde que tenemos esa facultad. Y entonces, Jimmy, un taxista al que nadie había llamado pero al que todos conocían, puso la música de su coche a todo volumen, sacó un láser de esos con los que suelen molestar a CR7, lo enfocó hacia el barco y, no sé cómo, todo se iluminó con destellos verdes en mitad de la noche. Todos gritamos y aplaudimos.

Y de repente Puerto Desolación desapareció. No sé muy bien a dónde nos teletransportamos por unos minutos, pero era un lugar agradable, bueno, distinto. Un lugar que me gustó.

Cuando viajas tanto, uno se olvida de que lo que hace bueno o malo a un lugar, no es más que la gente con la que estás en él.

martes, 20 de septiembre de 2011

Puerto Desolación


La barbacoa en casa del capitán se saldó con un esquince de tobillo fuerte que puede ser algo más, una brecha en la cabeza de unos tres centímetros y arañazos de perro de todo tipo. Lo peor es que casi todo esto lo sufrió la misma persona. Lo mejor es que no fui yo.

Sudáfrica jugaba contra Fiji a las ocho de la mañana y a las diez y media la gente que fue a ver el partido estaba completamente perdida. Soy el primero en apuntarme a cualquier tipo de fiesta, pero por mucho que nuestro capitán sea una persona de puta madre, sigue siendo nuestro capitán, nuestro jefe. Aun cuando no estamos trabajando. No todo el mundo parece comprender esto.

Por suerte y en vista de la situación realicé una retirada a tiempo. Además tenía que llevar uno de los coches. Conducir por la izquierda no es fácil y requiere de atención constante, pero es otra cosa a tachar de mi lista.

El domingo fue el día más largo de la historia. Con todo el mundo de resaca nuclear todo contacto humano quedaba descartado. A la conexión a internet y a la televisión se le ocurrió que era el mejor día para dejar de funcionar. Cuando digo que en el puerto donde estamos no hay nada, me refiero a absolutamente nada.

El viento levanta nubes de polvo y en vez de plantas rodadoras tenemos bolsas de plástico del Carrefour. Desolador. Cogí el coche de la tripulación para ir a ver el partido del Celta y me entretuve un par de horas, pero un pensamiento estremecedor me pasó por la cabeza. Si esto es aburrido ahora que estamos 17 personas a bordo, 14 si contamos las que se van a casa, ¿Qué pasará cuando sólo quedemos cinco?

Solamente el camino hasta la entrada del puerto son tres kilómetros y medio de pura tristeza. El paisaje podría haber sido sacado de “La carretera” o de la parte chunga de Mordor. Y sólo un coche para todos.

Presiento un Octubre de lo más amargo.

¿Noviembre dulce?

Guiño.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Puerto base


El barco está amarrado en el sitio dónde vamos a pasar los meses de invierno. Se apagaron casi todos los equipos del puente, se cambiaron los cabos, las fundas de las lanchas, se quitaron los toldos… Winter mode.

En los próximos meses el trabajo de cubierta que durante el verano suele ser limpiar sobre limpio dará paso a las lijadoras y las brochas. Un barco de 30 años tiene un mantenimiento enorme para que se siga viendo bien.

Pero no todo es trabajar. Se acabaron las prisas y ahora la rutina es distinta. Tenemos más tiempo libre y no trabajamos ningún fin de semana. Ayer fuimos a jugar  a los bolos con la pequeña propina que nos dejó el armador después de la fiesta en Spetses. Nuestro equipo fue el peor de largo, pero en la posterior fiesta nocturna fuimos los cuatro últimos en irse a la cama, con lo que tuvimos nuestra pequeña victoria.

Una de esas noches extrañas. Después de convertir la zona de tripulación (sigo sin encontrar una traducción apropiada para “crew mess”) en una especie de discoteca, acabamos fuera del barco, en el asqueroso muelle comercial donde estamos, tomando chupitos de limoncello con tres miembros de la policía portuaria. Hay que llevarse bien con las autoridades locales.

Mañana estamos invitados a una barbacoa en casa del capitán. Es el último fin de semana que haremos algo todos juntos. Hay gente que ya tiene el billete para irse a casa.

Llega el momento de las despedidas.