lunes, 27 de agosto de 2012

Porto Azzurraventura (II)

Obsérvese, si se puede, la cruz en lo alto del pico que está más hacia la derecha de la imagen

El caso es que el plan de la línea recta no funcionó nada bien. Las carreteras y los caminos forestales tienen la mala costumbre de no seguir la línea recta que tú has trazado, y eso conlleva ciertos problemas.

Al poco rato de caminata abandoné la carretera y comencé la ascensión propiamente dicha. Pero mi ruta me llevó a cruzar un par de terrenos privados. En uno de ellos, un perro palleiro con bastante mala leche me salió al paso seguido de su amo. Su amo, mirando desconfiado al guiri con una especie de pañuelo árabe a la cabeza y con gafas de sol, me preguntó que qué cazzo hacía en su finca. Como al instante vi que el paisano no estaba muy puesto en trigonometría  no intenté explicarle mi astuto plan sobre la línea recta que unía el puerto y el pico de la montaña. Solamente le dije que quería llegar a la cruz que se veía allí arriba. El hombre me señalo muy amablemente la salida de su territorio, y el del perro, y luego tuve que seguir buscándome la vida.

Llegué a un punto en el que el camino de cabras desaparecía totalmente, pero ya había subido tanto que había llegado a ese punto de no retorno en el que dar la vuelta no era una opción. “Caminante se hace camino al andar” y una mierda. Se hace si tienes un machete. O un palo al menos. Pero yo no tenía ni una cosa ni la otra. “Caminante te sangrarán las piernas al andar” eso sí que es una verdad con un templo. Sobre todo porque en Elba hay tantas silvas como en cualquier otro monte gallego.

Pero superé como pude todos los inconvenientes varios y llegué hasta casi casi la cima. Por el camino pude ver un montón de conejos. Uno de ellos casi tan grande como una vaca. De hecho, puede que fuese una vaca que se movía muy ágilmente. En un punto, entre la roca, encontré dos pequeñas cuevas que tenían toda la pinta de ser madrigueras de conejo. No es que me las de de rastreador, pero las tres toneladas de mierda de conejo que había alrededor era una pista bastante clara. No las investigué muy a fondo ya que me daba pánico acabar como Alicia en el País de las Pesadillas. A la primera gilipollez del Sombrerero loco, yo me liaría a las ostias.

En los últimos metros de la ascensión encontré finalmente el sendero por el que tenía que haber subido. Coroné la cima, admiré la vista y me comí una manzana. Luego bajé por el camino propiamente dicho, lo que resultó mucho más fácil.
Cuando llegué al pueblo, unas tres horas más tarde, me encontré con unos cuantos compañeros que se estaban tomando una birra. Me uní a ellos muy alegremente. Era el mejor final para un día de ejercicio intenso.

Creo que el que no tenga una montaña con una cruz en la cima para subir, debería buscarse una. Y con una montaña, me refiero a un Camino de Santiago, a un puzle de ocho mil piezas o a un concurso de cuarenta mil preguntas. Me sentí el amo del mundo durante medio minuto.

Fue un día espléndido.



domingo, 26 de agosto de 2012

Porto Azurraventura (I)


El viernes fondeamos cerca de Porto Azurro, en la costa este de la isla de Elba. Una bonita bahía, pero nada fuera de lo normal. El sábado, día libre, me fui a dar una vuelta por el pueblo. Típico pueblo de la Toscana.  Agradable, turístico y acogedor.  Con una fortaleza construida por los españoles, en la colina más cercana, de la época en la que los españoles teníamos suficiente poderío para ir construyendo fortalezas e iglesias por el mundo adelante.

Y a lo lejos, una montaña con una cruz en su pico.  No sabría decir en qué momento dicha cruz me miró, me llamó o me picó. Quizás no fue la cruz y fue la montaña en sí que tenía cierto aire a la de “Encuentros en la tercera fase”. El caso es que volví a bordo con la idea metida en la cabeza. Mañana tenía que llegar a andando a dicha cruz. Sí o sí.

Y allá fui al día siguiente, domingo, que Dios me perdone. Me puse en modo Calleja pero sin tirarme tanto el rollo y sin molarme tanto a mí mismo. Y sin sherpas. Equipado con mis tenis del Carrefour y mi camiseta blanca de algodón del barco atada a la cabeza. Con mi eterno reloj Casio y con unos pantalones cortos marca Quechua color Camo-gris que me daban un aspecto de explorador intrépido que te cagas. Me faltaba un palo, pero estaba seguro de que conseguiría uno por el camino. Allá fui, digo, a conquistar la montaña.

A las once de la mañana el marinero de guardia me dejó en el puerto. A las once y diez mi plan hacía aguas por todos los lados. No tenía ni pajolera idea de cómo llegar a la susodicha cruz, ya que ni se me ocurrió conseguir un mapa o buscar algo en internet. Pero armado con una voluntad abrumadora que no tengo muy claro de donde salía y de una lógica aplastante por lo simple de la idea, recordé esas palabras que algún profesor me dijo en algún momento de la infancia: El camino más corto entre dos puntos es la línea recta.

Nota: Niños, nunca os fieis de las verdades absolutas. En el mejor de los casos será una verdad relativa cuando no una mentira cochina.

Mañana el desenlace de la expedición, que se me hacía  largo.

viernes, 24 de agosto de 2012

It´s a beautiful day


El título iba a ser “cansancio”. Iba a contar que esta temporada se me está haciendo bastante larga. Que hay bastantes más días de aburrimiento que el año pasado. Que estamos navegando mucho menos y viendo menos sitios interesantes. Iba a hablar de las ganas que tengo ya de volver a casa y ver a todo el mundo. Pero hoy no va a ser ese día.

Hoy hemos madrugado y he visto como amanecía dos veces. Primero salió el sol, abrió un ojo y se volvió a meter detrás de una nube baja como un estudiante perezoso. Cinco minutitos más mamá. Peor para él, se perdió unos minutos de un día que ya tan temprano tenía muy buena pinta. Cuando volvió a salir media hora más tarde nosotros ya estábamos de camino.

El mar estaba totalmente en calma. Casi daba pena navegar por él. Era como ir rayando un espejo con la proa del barco. A las diez bajé a desayunar. No me acordaba de que era viernes. Desayuno inglés hipercalórico. No sé si el dinero da la felicidad o no, pero si un desayuno con huevos y bacon no te alegra el día es que tienes un problema grave y deberías consultar a un especialista. Lo de que fuera viernes implicaba también otras cosas. La más importante es que mañana sería sábado. Día libre, fútbol en árabe… mi humor no dejaba de mejorar.

Pero la guinda estaba por llegar. Estábamos cruzando una zona conocida por los avistamientos de ballenas y lo bueno de que el mar esté como un plato es que las puedes ver a la legua. Pues no vimos ni una ni dos. Al mismo tiempo vimos tres grupos de las ballenas más grandes que he visto en mi vida. Y por si fuera poco un par de delfines pensaron que era el momento idóneo para ponerse a dar saltos en la proa. Lástima de no tener la visión periférica de los caballos o las cigalas porque fue imposible admirar todo a la vez. No se recordaba una fiesta de cetáceos tan grande desde que Flipper cumplió los 18.

Llegó la hora de comer y a cuento de que había raya mantuve una conversación muy interesante con el chef sobre pescado. Es sorprendente la internacionalidad de la leyenda urbana-marina sobre las rayas y los pescadores. También le descubrí ese manjar con pinta asquerosa que es la lamprea, de la que hasta ese momento no tenía conocimiento alguno.

Seguimos adelante y el tiempo empeoró un poco. Pero no me importó demasiado. En un par de horas llegaremos a una isla en la que no he estado nunca. Razón más que suficiente para mantener mi estado de buen humor.

Seguramente haya una moraleja en todo esto. Algo así como: “Deja de quejarte y disfruta de las ballenas”.

Mejor que cada uno saque la suya.

domingo, 19 de agosto de 2012

Fútbol de primera


Empezó la liga de fútbol. Pero este año, como novedad, el Celta juega en primera. Esto, aparte de la satisfacción personal, facilita mucho la vida del aficionado en el exilio.

Como uno ya sabe lo difícil que resulta ver un partido en el extranjero, el viernes fui de expedición a buscar un local con buena conexión a internet y enchufes disponibles. Misión conseguida. No era el bar más barato ni la mejor conexión del mundo, pero me tendría que valer.

Llegó el sábado. Ya estaba metiendo el portátil en la mochila cuando un compañero me dijo que en Al Jazeera Sport iban a emitir la liga española. Me fui a comprobarlo, escéptico. Pues sí, era cierto, todos los partidos, incluido el del Celta.

Menudo cambio. De ver un partido en el ordenador, con calidad dudosa, en esquinas oscuras de bares donde tengo que mendigar un enchufe a verlo en una tele de 32 pulgadas, tomándome lo que me apetezca gratis y sin tener que reprimir los gritos.

Media hora antes empezaron un previo que debió ser muy interesante pero del que no entendí ni media palabra ya que estaba en árabe. Sé que incluyó una entrevista a Makelele. En el plató, Michel Salgado (con moreno de pretemporada en Samil) hablaba en español pero la traducción tenía el volumen más alto que su propia voz y tampoco me dejó oír nada. Por suerte, el partido en sí tuvo los comentarios en inglés y tengo que decir que el comentarista se equivocó menos de lo que lo suelen hacer los de Canal Plus.

Me gustó el Celta. No hay que ser muy entendido para ver que no deberían pasar ningún apuro para conservar la categoría. Personalmente creo que meterse en Europa no es nada descabellado. Me gustó ver a Alex López con el 8. Me gustaron Cabral y Varas. No me gustó ver a Alex López en la banda. No me gustó que jugara el tal Augusto cuando es evidente que aun no estaba listo. No me gustó la perilla de mosquetero de De Lucas.

La temporada es larga.

Pero no veo ninguna razón para no ser optimista.

viernes, 17 de agosto de 2012

Empezando a acabar


Se acerca el invierno. Los días se acortan visiblemente. Empieza la liga. Después de una semana de trabajo duro los dueños del barco se han despedido de nosotros hasta el año que viene. “Nos vemos en semana santa” han dicho. Estupendo.

El plan es quedarnos aquí hasta el viernes que viene. Luego iremos a fondear cerca de Elba hasta el día ocho a esperar al que seguramente será el último chárter de la historia de este barco. Triste. Terminaremos dicho chárter en Nápoles el día 18 y luego rumbo a Chipre.

El incidente de la semana fue una caída tonta que tuve saltando a la lancha desde el barco. Medio me torcí y golpeé el tobillo de una manera que ni a propósito. Como a los dos minutos ya estaba relativamente bien no le di mayor importancia. Pero a la una de la madrugada me despertó un intenso dolor en la misma zona que duró casi toda la noche.

Niños, desconfiad de los dolores que aparecen horas más tarde del golpe. La última vez que me había pasado algo así me había llevado un golpe en la mano entrenando por la mañana. Después de jugar unas seis horas a la Play Station (ganando la mayoría de los partidos pese a lo que digan los resentidos perdedores) tuve que ir a urgencias porque no aguantaba más el dolor. Meses más tarde tenía un tornillo de dos centímetros y medio en el escafoides.

Pero a pesar de que los precedentes no eran buenos me desperté a la mañana siguiente tan bien que hasta pensé que lo del dolor había sido un sueño.

Por lo demás, en mi tiempo libre me ha dado tiempo a terminar “Danza de Dragones” (Bien) y la segunda temporada de “Juego de Tronos” (También bien). Y he empezado a leer “El abuelo que saltó por la ventana y se largó” (Regular) y a jugar a un tal “Dragon Age” (Genial).

Sólo nos quedan un mes y un día para acabar la temporada.

Estamos empezando a acabar.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Espíritu olímpico


Con la treintena de años acechando a la vuelta de la esquina y con las Olimpiadas en pleno apogeo me he propuesto hacer algo más de ejercicio. No creo que me resulte muy difícil ya que “algo más” que nada es cualquier cosa. Aunque un barco fondeado tiene sus limitaciones.

El sábado fui a la playa con los dos compañeros que suelen ir a correr y levantar algo de pesas. Me animaron a ir con ellos y casi me convencen. Sobre todo después de ver los resultados del nuevo marinero. Si levantamiento de platos de desayuno, o desayuning, fuese deporte olímpico, Curaçao tendría el primer oro de su historia. Y aun así el cabronazo no engorda un gramo. Sus compañeros de camarote duermen con cuchillos por si se le ocurre salir de su cuerpo a la solitaria del tamaño de una anaconda que debe tener. O puede ser que lo de correr con el segundo de cocina de resultado.

Pero veinte kilómetros diarios me parece una exageración. Además todo el mundo sabe que correr es de cobardes. Así que pensando un poco (eso sí que me hizo sudar) decidí que intentaría practicar un poco del único deporte que se me ha dado medianamente bien en la vida.

Sabía que a bordo teníamos un saco de boxeo roto. Lo encontré, lo rellené con toallas sin que la jefa de interiores se enterase y cosí la parte dañada. Me quedó bordado (chascarrillo). Encontré un sitio dónde colgarlo en la cubierta superior dónde antes teníamos un toldo que se parecía mucho al secadero de atunes que teníamos en el Centium. Un trozo de cabo y un buen nudo marinero solucionaron el resto. Ya podía dar patadas. Todo esto fue ayer.

Las conclusiones tras el primer “entrenamiento”: Sudo casi tanto con el entrenamiento en sí como subiendo y colgando el saco tres cubiertas más arriba. Una cubierta  de madera de teca no es la mejor superficie para hacer desplazamientos de taekwondo. En estos momentos se me da mejor hacer nudos que dar patadas. Menos mal que me gano la vida haciendo lo primero.

Hoy las piernas me pedían sofá a gritos, y ese iba ser el plan. Pero hoy empezaba el taekwondo en los juegos y como ya he repetido varias veces, soy un flipado. Así que allá fui de nuevo, después de ver un par de espectaculares combates, con más voluntad que cualquier otra cosa.

Mientras espero para ver las finales tengo los pies doloridos y puedo sentir las agujetas desperezándose. Así que pienso en si tendría razón, como de costumbre, ese gran sabio de color amarillo cuando durante un partido entre las hermanas Williams, Sampras y Agassi dijo aquello de: “Es mejor ver a gente haciendo cosas que hacerlas tu mismo”.

Por una vez, no estoy de acuerdo del todo con Homer.

sábado, 4 de agosto de 2012

Paul


En el tiempo que llevo trabajando en distintos barcos, he conocido gente de toda clase. Sobretodo gente rara. Gente “no muy bien acabada” como diría el tío Benjamín. Gente especial.

Paul se lleva la palma. Se podría escribir un libro entero sobre él. Todos tenemos nuestras contradicciones. Nuestra parte buena y mala. Paul es una contradicción en sí mismo. Es un personaje de la película “Crash”. Es el Ying y el Yang. Y el Yung.

Es la persona más racista que he conocido nunca. Es un cerdo. Un maleducado. Un bestia. Paul es de las personas más respetuosas que conozco. De las más trabajadoras. Paul es de las mejores personas que he conocido nunca.

Se conoce todas las reglas del protocolo de la tripulación mejor que el capitán. Esto se debe a que ha incumplido la mitad de ellas. La otra mitad se crearon específicamente por algo que él hizo. Paul sabe donde se encuentra absolutamente todo en el barco. Es, sin duda alguna, el mejor marinero con el que he tenido la suerte de trabajar.

Tiene treinta y pocos años, pero se le echan tranquilamente diez más. Apenas le queda pelo y el que le queda lo tiene tan rubio que parece blanco. Tiene una barriga redonda y dura construida con todas las cervezas del mundo. El resto del cuerpo, con un par de tatuajes y un montón de cicatrices recuerdo de unas cuantas peleas callejeras. Los ojos son azul hielo.

Desde que lo conozco, le he visto beber gasolina. Ganarle  un concurso de baile por aclamación popular a un profesor de baile cubano. Lamerle un ojo a un compañero para quitarle un colirio que le escocía. Y Lo he visto desnudo más veces de las que necesitaba.

Paul conoce a gente en todos los malditos puertos del Mediterráneo. Me mataría con sus propias manos si le hiciese algo a su familia. Pero mataría a mordiscos si a alguien se le ocurriera hacerme algo a mí.

El día que me vaya a otro barco, si alguna vez necesito un marinero él será a la primera persona a la que llame.

A un a sabiendas de que no vendría.