martes, 30 de julio de 2013

La que se avecina



Dos cambios importantes en mi vida tendrán lugar el próximo invierno. Del más transcendental ya hablaré en otro momento. El que me ocupa ahora es que después de muchos años, no sabría decir cuántos, nos mudamos.

Ya he vivido en otros sitios en los últimos años, pero siempre de manera temporal. Primero fue el piso de Quart de Poblet, en Valencia. Un tercero sin ascensor con una cocina asquerosa que jamás usábamos. Dormimos en un colchón en el suelo durante meses. No tuvimos agua caliente la mayoría del tiempo. Tenía una habitación a la que llamábamos la Habitación del Pánico y el piso olía mal de diferentes formas según la dirección del viento.

Más tarde fue Limassol, en Chipre. Según la temporada, distintos apartamentos vacacionales. Una mejora substancial a pesar de la ausencia de enchufes en los baños, el tener que jugar a “Adivina que interruptor enciende esa lámpara” y de vecinos que se ponían a acelerar su todoterreno enfrente de nuestro dormitorio a las ocho de la mañana todos los domingos.

En todos esos sitios he sido feliz. En gran parte gracias a que siempre ha estado conmigo una gran compañera de piso. Desordenada, todo hay que decirlo, pero que no cambiaría por otra. Pero siempre, durante el tiempo que he pasado en esos lugares o en cualquier barco en los que me ha tocado vivir, el sitio al que le llamaba hogar era el mismo.

El día que siente a mis hijos en un sofá y les cuente cómo conocí a su madre, la historia comenzará: “En agujero en el suelo vivía un hobbit…- Papá creo que esa es otra historia…- Caya niño, yo sé de lo que hablo.”

Y es que mi hogar es un sótano que no llega a los 30 metros cuadrados. Comenzó siendo una habitación grande de estudiante con una barra de fuet  y un trozo de queso en la nevera donde las partidas de Play hasta las tantas eran frecuentes y acabó siendo nuestra primera casa de matrimonio. Si las paredes pudiesen hablar… No dirían nada porque tendrían infección de garganta de tanta humedad. Para el recuerdo quedarán esas cenas en las que cuatro eran multitud, un millón de buenos momentos ahí vividos, alguno malo y alguno… bueno, es que a día de hoy no soy capaz de calificar el conocido como “El Extraño Caso De La Mierda En El Salón”.

Nuestro nuevo hogar será un cuarto sin ascensor. Apenas tiene líneas rectas pero no en plan guay como si lo diseñase Gaudí. El edificio recuerda al de 13 Rue del Percebe sólo que aquí el moroso vive en el segundo y todos los demás vecinos son jubilados con demasiado tiempo libre y pocas obras alrededor.

Pero sé que ahí también seré feliz. De momento está casi vacío pero ya lo iremos llenando.

Sobre todo de buenos momentos y recuerdos.

sábado, 27 de julio de 2013

Julio



No he escrito nada durante un tiempo básicamente porque no me apetecía. No hay ninguna razón especial. Resumo rápidamente que ha sido de mi vida y del barco en el último mes.

Tuvimos un chárter excelente con los americanos. Fliparon con la queimada y eso que lo que les di para beber era en esencia aguardiente templado. Aun así se lo bebieron como si fuera Acuarius. Volví a las Baleares después de unos cuantos años. Pensé que las odiaba pero en realidad las echaba de menos. Cada año me pasa con Chipre. Facebook diría que estoy en una relación complicada con las islas del Mediterráneo.

Estuve en casa. Como siempre fue maravilloso. Como siempre fue cortísimo. Celebré cien cumpleaños y el día del Carmen. Ninguno en su día pero a nadie le importó. Tuve tiempo de ver mi gran proyecto de futuro. Es del tamaño de un pomelo, pero crece como el bambú. Fue una pasada. Como diría Joey: “Es tan real…”.

El viaje de vuelta al barco fue miserable. Pero cuando ya me preparaba para casi tres meses sin ver a la familia y los amigos una avería en el motor y la pericia negociadora del capitán nos regalaron un fin de semana largo en Barcelona. Así que yo le regalé un billete de avión a Andrea. Aun no tengo amigos en el infierno, aunque todo se andará, pero sí que los tengo en Barcelona. Y de los buenos. Nos abrieron las puertas de su casa y su nevera sin haberles avisado ni nada. Fuimos testigos del milagro de los panes y los peces pero con la ensalada de pasta y, en general, pasamos un increíble fin de semana.

Ayer navegamos toda la noche para llegar a la Bahía de los Barcos sin Dueño, al lado de Mónaco. Aquí permaneceremos fondeados unos diez días a la espera del armador. Volvemos a tener un fin de semana libre y hace buen tiempo.

Ha sido un buen mes de Julio, y aun le faltan un par de días para terminar. La mitad de la temporada ya queda por la popa. Otra vez hacia el Este. Cuanto más me alejo de casa menos me queda para volver.

Irónico.