He tenido la suerte de haber viajado bastante. De
vivir experiencias únicas y de coleccionar anécdotas increíbles. Pero al final,
siempre que me reúno con gente y hay una hoguera o cerveza, o las dos cosas, y
el personal se anima a contar historias, mis colegas nunca me piden que cuente
anécdotas de viajes, lugares exóticos y aventurillas así. Me piden que cuente
esta historia.
El otro día me volví a acordar de ella escribiendo
sobre donde hemos vivido estos años. Y antes de que la historia se convierta en
leyenda y la leyenda en mito, pensé que no era mala idea ponerla por escrito.
Así que ahí va. Esta es, damas y caballeros, la historia de El Extraño Caso De
La Mierda En El Salón.
Era un domingo por la mañana. A eso de las diez y
media. La noche anterior habíamos salido a tomar algo pero nos recogimos
pronto. Es importante destacar que llegué a casa en plenas facultades. Pues
eso, que a esa hora me levanto para ir al baño. Después doy los tres pasos que
separan el baño de la nevera y cojo una botella de agua. Glup, glup, glup,
¡aahh! Voy a dar cinco pasos más hacia el salón para coger el móvil que se está
cargando y de paso ver por la ventana para ver qué día hace y decidir si me
vuelvo a la cama o me activo definitivamente. Me quedo en tres y medio. En el
salón hay algo… algo que simplemente no debería estar ahí.
Paso y medio más. Me froto los ojos legañosos. Lo
veo, pero no me lo creo. En el medio y medio de la alfombra del salón, en el
puto baricentro (o debería decir ortocentro) hay una mierda. Y cuando digo
mierda digo una cagada, un tordo, un mojón, un turullo.
Me invade la perplejidad. Lástima de cámara oculta.
En calzoncillos, recién levantado, con una botella de agua en un mano y
rascándome la cabeza con la otra mientras miro un pastelito marrón con la cara
que ponen las vacas cuando ven pasar el tren. Pero en estas que se me ilumina
la bombilla (La de bajo consumo que tampoco son horas para muchos artificios) y
se despierta el científico que hay en mí a pesar de no haber terminado la
carrera.
Calma, me digo. A veces las cosas no son lo que
parecen. Pruebas. Método científico. Me agacho un poco y con el culo de la
botella le doy unos toques al objeto de estudio. No suena chof chof, pero casi.
Está blandito. Me incorporo de nuevo. Ahora la botella está manchada,
evidentemente. La acerco un poco a mi cara. Y la huelo. Un olor penetrante
acaba por despejarme del todo. No necesito más pruebas. Si parece mierda, tiene
el tacto de la mierda y huele a mierda, lo más seguro es que sea mierda.
A la porra el método científico. Hay un turullo en
mi salón y huele mal. No pienso, actúo. Corro al baño, me empapelo con papel
higiénico las dos manos hasta medio antebrazo cual momia, vuelvo al lugar de
los hechos, recojo haciendo un sinfín de muecas la bosta y la tiro por el
retrete. Disfraz de momia incluido.
En ese torbellino de acción una duda me asalta: ¿Y
si he sido yo? Conociendo mi historial sonámbulo no es una idea que se pueda
descartar por las buenas. Aprovechando que estoy en el baño, decido asegurarme.
Cojo más papel y me limpio por donde menos me da el sol. La prueba del algodón
da negativo. Hace años que no me levanto sonámbulo. ¿Sería posible que me
levantase en mitad de la noche, dejase el regalito en el salón, fuese al baño a
limpiarme, tirase de la cisterna y me metiese en cama como si nada? Difícil de
creer.
Vuelvo a la escena del crimen. Pienso que igual
alguien ha entrado y ha robado algo. Compruebo que el portátil sigue en su
sitio. Me alegro. Me deprimo pensando que ese sea nuestro único objeto de
valor. Es hora de pedir refuerzos, ¿pero cómo le cuentas a alguien lo que ha
ocurrido? Sin rodeos: -Andrea
-Mhmm ¿Qué?
-Alguien ha cagado en el salón.
-¿Qué?- Repite, alargando un poco más la e. Perdono
su falta de reflejos. Ella no lleva quince minutos manipulando material
biológico tóxico. Un par de segundos más tarde añade:- A lo mejor aun está
dentro.
Ahora sí que sí. Si el intruso cagón es capaz de
esconderse en una casa de 27 metros cuadrados llena de cosas donde ya hay dos
personas definitivamente está desaprovechando su talento. Aun así, miro
alrededor. Andrea ya se levanta. De la prueba del delito, sólo queda una mancha
en la alfombra. Nada que el fuego no pueda purificar.
Juntos pensamos los escenarios posibles. La puerta
estaba cerrada pero no con llave, pero hace muchísimo ruido cuando se abre. El
perro de mi hermana entra alguna vez, pero aun contando con que hubiésemos
dejado la puerta abierta, que el perro hubiese entrado y cagado y luego alguien
de mi familia que estaba en el jardín hubiera cerrado la puerta de nuevo, la
mierda era demasiado grande. Y parecía humana. Y aunque el perro sea el
diplodocus de los chihuahuas (le he visto comerse su peso en empanada de carne)
y cague como una máquina (mi abuelo puede dar datos exactos) tal defecación lo
hubiese matado de deshidratación y esfuerzo.
Así estuvimos, durante horas, preguntándonos qué y
cómo había pasado lo que pasó. Y a día de hoy no tenemos respuestas. Supongo
que hay cosas que es mejor no saber.
La verdad está ahí fuera.