sábado, 21 de febrero de 2015

Pagar por respirar



Desde hace unos diez días tengo a mi familia aquí, con lo que mi calidad de vida ha mejorado considerablemente. Juntos nos hemos mudado a Nijmegen y llevamos una vida casi normal. Esto facilita muchísimo la adaptación a un país nuevo. Aunque hay cosas que se me siguen atragantando.

De camino a mi breve estancia en Vigo tuve que parar a hacer pis en la estación de Eindhoven. Llegué bastante apurado a la puerta del baño, donde me sorprendió un torno que no giraba a no ser que introdujeses 50 céntimos. En ese instante la imperiosa necesidad venció a mis principios, pero mi enfado reapareció una vez aliviado.

¿Cómo se puede cobrar en un lugar público por una necesidad tan básica?¿Acaso tienen miedo de que entre gente a drogarse? ¿Creen que alguien va a preferir un baño de estación a un coffee shop con calefacción y pastelitos de la risa? Me parece digno de llevarse al tribunal de La Haya (que me queda aquí al lado) por ser un crimen contra la humanidad. Ni que decir tiene que ya que pagué amorticé el medio euro haciendo un completo. Allí quedó la marca del zorro. Y hasta me llevé un poco de papel para sonarme los mocos.

Pero lo que me trae de cabeza de verdad estos días es el tema del aparcamiento.  Donde vivimos se paga 2,50 la hora por aparcar en la calle de 9 a 9. Un auténtico robo. Un Robben. Los primeros días intenté buscar alternativas en callejuelas de los alrededores donde evitar este atraco, pero la búsqueda se terminó con la segunda multa de 60 euros.

Al final encontré un parking con tarifas razonables a partir de las seis de la tarde, pero eso no me solucionaba el problema durante el fin de semana. Hasta hoy. Después de investigar con el Google maps encontré una explanada a un par de kilómetros fuera de la ciudad donde por fin dejar el coche sin tener que pagar. Está un poco lejos, pero prefiero andar veinte minutos a darles más pasta a la mafia del parking holandesa.

Sólo espero que ese solar no sea propiedad de alguien y que mañana no me encuentre el coche con marcas del sacho de algún grajero cabreado (angry boer).
Veremos.