jueves, 21 de mayo de 2015

Y volvimos a soñar



Será porque cuando me enganché a esto del fútbol uno de mis primeros ídolos fue Laudrup, o quizás por ese aspecto que recuerda más a Astérix que a un vikingo. Puede que fuese porque me tiene pinta de bajarse jarras de cerveza sin pestañear, porque se le ve el cartón en la cocorota, por esos ojitos a los que parece que siempre les molesta el sol o por su nombre de Jedi. El caso es que Khron Dehli me cayó simpático desde el principio.

Tampoco es que haga falta gran cosa para entusiasmarme con un nuevo fichaje del Celta. Le daría una colleja a mi yo del pasado que dijo eso de: “ya veréis cuando se recupere el Tucu este, Tucu-taca Salinas, Tucu-taca”. Y con Khron Dehli no fue una excepción.

Siempre alabo mucho más a los jugadores de brega y entrega porque es con los que me siento más identificado. Tengo pendiente sin terminar una entrada para este blog que jamás publiqué que se titula “La fe en tipos como Augusto” que escribí cuando el argentino jugó sus primeros minutos como lateral derecho la temporada que el Celta corría sin frenos hacia un nuevo descenso. A los que hemos nacido sin un don especial es lo que nos queda. Vaciarnos en lo que hacemos si queremos conseguir algo. Respeto muchísimo el esfuerzo.

Pero siempre he admirado a la gente con talento. A esos que parecen tocados con una varita mágica. Esos que hacen cosas que yo no podría hacer aunque entrenase toda mi vida. Ya toquen un instrumento musical o un balón. Son por ese tipo de personas por las que pago dinero por ver lo que hacen.

Khron Dehli tiene ambas virtudes y por eso es el mejor jugador que he tenido el placer de ver en Balaídos en los últimos años. Para el recuerdo el pase a Aspas desde su propio campo. Con el exterior del empeine. Al primer toque. Sin despegar el balón ni un centímetro del césped. Misil teledirigido de terciopelo. Pero también el partido de ida de Copa contra el Madrid, cuando en el minuto ochenta y muchos y después de haberse dejado los huevos en el campo, perdió un balón en campo contrario. Resopló, bajó la cabeza, apretó los dientes y corrió como un poseso con la aguja parpadeando en reserva hasta defender la jugada en el área propia.

Ya por la tele, las dos veces que se vistió de Laudrup, la exhibición en Riazor y en general esta última temporada, que es para enmarcar.

Y como no, los pequeños detalles. Esos que al final hacen que le cojas cariño a alguien. Sus constantes amarillas por protestar en su primer año cuando no sabía ni pedir la hora en español. Sus tiros perpetuamente desviados desde fuera del área. Su imagen en el marcador de Balaídos.

No me quiero extender. Simplemente recordar que este año el entrenador dijo en pretemporada: “Michael puede, así que debe liderar”. Y así fue. El equipo jugó cuando él jugó.



Y durante unas cuantas semanas y después de mucho tiempo, algunos, volvimos a soñar.

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