El domingo
llegamos por fin a nuestro destino, la parte holandesa de la isla de San Martín.
De lo primero de que nos dimos cuenta es de que no teníamos la bandera de
cortesía correcta y aunque estemos en el Caribe y la gente se tome las cosas
con bastante pachorra tampoco era plan de forzar las cosas nada más llegar y
arriesgarnos a tener un problema con las autoridades locales. Todo se solucionó
con una disculpa y una mentirijilla.
No es por
buscar excusas, pero la verdad es la situación político administrativa de las
islas caribeñas es bastante confusa. Que si país independiente desde antes de
ayer, que si esta parte de la isla es de un país y la otra de otra, que si
prefectura, colonia, territorio de ultramar, que si “Dios salve a la Reina”
pero voy a mi puta bola… Lo bueno es que
a nadie le importa un carallo.
De lo poco
que he visto de la zona donde estamos he salido un poco decepcionado. Algo de abandono
y mucha fealdad en los edificios construidos al lado de una playa que podría
ser preciosa. Me recuerda un poco a Chipre en cuanto a desorganización
urbanística. Se ve que aquí tampoco jugaron nunca al Simcity. Pero claro, temperatura
media de 25 grados día y noche y el agua del mar aún más caliente. ¿Quién no
querría venir aquí de vacaciones?
En mi primer
paseo largo decidí recorrer toda la playa cercana hasta el aeropuerto. En mi
paseo comprobé que la mayoría de los turistas son estadounidenses, cosa lógica
por la cercanía. Después de pasar por medio de una zona residencial donde mansiones
de lujo y chabolas conviven a dos pasos, llegué a otra playa más pequeña que
limita con el principio de la pista de aterrizaje. Allí comprobé en situ lo que
había visto y leído sobre que los aviones pasan a menos de 40 metros de las
cabezas de los playistas. El domingo que viene intentaré estar allí a las doce
para presenciar el aterrizaje del Boing más grande de todos los que hacen
escala aquí.
Pero sin
duda alguna lo mejor de este lugar es la marina donde estamos. Bar, wifi
gratis, gimnasio, canchas de tenis, mesa de pingpong, piscina (que las carga el
diablo, pero de eso ya hablaré en otra ocasión)
y una mesa de madera con dos bancos justo a popa del barco, que parecerá
un tontería, pero os asombraría lo contentos que estamos todos los tripulantes
de tener un sitio donde sentarnos al aire libre a la hora del café.
En resumen. Un buen sitio para pasar un mesecito.