Lo que pasó
en el partido es por todos conocido. El Celta salió con una pistola en cada
mano y acabó pegándose un tiro en el pie. Ironías de la vida, mientras
caminábamos cabizbajos camino al hotel por la Macarena que nos habían bailado,
vimos a Los del Río salir del estadio.
Allí nos
encontramos al segundo grupo de famosetes: Alex Márquez, su padre y todo su
equipo. Cuando nos tocó nuestro turno en la recepción y dimos nuestros datos el
hombre nos dio la única respuesta posible para completar nuestro día
horribilis: “Lo siento, pero no hay ninguna reserva a su nombre”.
Evidentemente.
Llamo al
seguro. Me dan un localizador. El recepcionista vuelva a decir que nones. Son
ya cerca de las once. Tenemos sed porque llevamos sin beber desde que gastamos
el agua en refrigerar el coche. Estamos cansados por el viaje, la carrera para
llegar al partido, la tensión del mismo y todo lo demás. Olemos mal. Ponernos a
buscar un hotel esas horas de la noche
no es lo que más nos apetece.
Al final la
chica del seguro llama al hotel y se soluciona el tema. Después de beber como
camellos del grifo, bajamos a tomarnos una caña. Con la que llevamos ese día,
seguramente sólo tendrán jugo de cangrejo. O Alhambra, que es aún peor. A media
noche estamos inconscientes en cama.
Dan las diez
y media de la mañana y nadie me ha llamado aun del taller, así que decidimos ir
a hacerles una visita. Se toman su tiempo, así que hasta el medio día no le
echan un vistazo al coche. Hay dos diagnósticos posibles: Recarga de batería y
reemplazamiento de manguito o avería medianamente gorda. Cuando intentan
arrancarlo suena como un AK-47 disparando. Avería gorda claro está. El coche se
tiene que quedar allí.
Hablo con
tres personas distintas del seguro y esperamos una hora y media para que me den
una solución. Al final el viaje de vuelta a Vigo nos lo tenemos que pagar
nosotros. Excelente. Caminamos una hora hasta la estación de buses más cercana.
Ni se nos pasa por la cabeza hacer algo de turismo. Queremos marcharnos antes
de que se ponga el sol.
En la
estación de autobuses, que huele a piara de cerdos, tenemos que esperar casi
una hora en la cola para coger los billetes porque las máquinas de autoservicio
no funcionan y la mujer detrás del mostrador debe saber de informática tanto
como un pez payaso. Como el karma ya nos debe más de una, le propongo a mi
sufrido acompañante echar una apuesta de Euromillones. Pero hoy no será ese
día. En el kiosco tienen papeletas de todo menos de Euromillones. Ilusos que
somos.
El viaje en
bus, de trece horas, se llevó relativamente bien considerando como empezó.
Tuvimos delante una pareja de marroquís con el politono con más volumen de la
historia y dos chavales detrás, de Vigo y celtistas, con demasiadas ganas de
fiesta. Uno grande y bocazas y el otro pequeño que le reía las gracias. Me
recordaron a la bacteria y el virus de “Érase una vez la vida”. Menos mal que
la batería le duró poco a la bacteria porque, como nos repitió unas quinientas
veces, estaba “reventao”. Si tuviésemos que escuchar estupideces a ritmo de
cántico de estadio durante trece horas hubiésemos salido en las noticias.
Al final
llegamos a Vigo sanos y salvos, pero con la raya del culo borrada de tantas
horas sentados. Lo primero que hice al llegar a casa fue cambiarme de ropa y darme una ducha. Los calzoncillos
salieron como el papel de las madalenas.
¿Qué si
volveré a Sevilla?
Bueno, como
diría Homer:
Ya veremos
cariño, ya veremos.