martes, 20 de diciembre de 2016

Cruel Caribe



No sé qué le pasa a nuestro barco y sobre todo a nuestra tripulación con el Caribe, pero no nos llevamos bien. Mala suerte, falta de aclimatación, karma, una especie de maldición, el árbitro… Es como lo del Celta en San Mamés, hagamos lo que hagamos siempre salimos apaleados.

Este domingo fuimos a hacer senderismo. El plan era llegar a la cima del Pitón Grande. Ya de entrada nos sorprendió que al pagar por la entrada nos hicieran firmar un papel eximiendo al Parque Nacional de cualquier responsabilidad de lesión. Lo comprendimos al poco de empezar la caminata. Cuando tienes que usar las manos además de los pies para llegar a un sitio creo que deja de llamarse senderismo y se convierte en escalada. Pero bueno, no soy un especialista. Aun así valió la pena. El sitio es espectacular.

Cuando ya estábamos bajando una compañera resbaló y rodó terraplén selvático abajo unos seis u ocho metros. A lo Bear Grylls pero sin xeito ningún. Por suerte, sólo arañazos en todo el cuerpo y nada más que el orgullo dañado. El que peor se lo tomó fue nuestro guía Kevin. Primera vez en mi vida que veo a un tío negro palidecer.

Por otra parte, uno de nuestros marineros, (el que fue atacado por la loca de las tijeras no, el otro) fue la semana pasada al médico para verse un tema de lo que parecía ser hongos en un pie.

Pero lo dicho, este sitio nos la tiene jurada. Resulta que lo que en realidad tiene el tripulante es ¡Un puñetero gusano! Un parásito que se dedica a hacer pequeños túneles que dejan una línea rojiza en la piel. Me pasa a mí eso y me amputo el pie pero a la altura del fémur.

Así que bueno, llevamos un incendio, un robo a mano armada, una caída de unos cuantos metros y un parásito intercutáneo. Mejor no sumarle mi brecha en la frente del año pasado.

¿Qué será lo siguiente?

lunes, 12 de diciembre de 2016

El lado chungo



Decía hace unos días que este sitio a pesar de parecer un paraíso caribeño, que lo es, tiene un lado oscuro y peligrosete. Estábamos avisados. Este viernes por la noche un compañero lo comprobó en sus carnes.

A la una de la mañana me despierta una llamada telefónica. Desde el camarote no tengo buena cobertura así que no oigo lo que me dicen. Salgo a cubierta pensando que los compañeros que han salido se habrán dejado el mando para subir y bajar la pasarela o algo así. Lo típico.

Lo que me encuentro es a uno de nuestros marineros, sin camiseta, con los pantalones cortos destrozados, sangrando un poco por una pierna, diciéndome que le han robado y que le han querido apuñalar. Rápidamente le digo que pase para dentro  y que me cuente todo. Esta es su historia. (No recomendada para menores de trece años)

Resulta que fueron a la fiesta que se hace todos los viernes en la calle en una zona conocida como Gros Islet. Dicho marinero había bebido, pero nada exagerado. Le conozco y le creo. En un momento dado le entraron ganas de mear así que se fue a la playa que está al final de la calle, a unos 50 metros de toda la fiesta.

Allí, mientras meaba, se le acercó una prostituta, le agarró el pene y le preguntó si quería tener sexo con ella. El marinero le apartó la mano mientras le decía que ni de coña. Acto seguido la chica sacó unas tijeras e intentó cortar al marinero dónde antes tenía la mano. Menos mal que este se apartó como pudo y las tijeras solo le rajaron el pantalón y el muslo.

Sorprendido y asustado, mi compañero ya se disponía a salir pitando de allí cuando en dirección opuesta se le acercó un tío alto y gordo. La chica en esto se puso a gritar que le diera todo el dinero que tenía encima mientras le intentaba agredir con las tijeras, esta vez apuntando más arriba, a cabeza y cuello.

Medio huyendo de la loca de las tijeras acabó en los brazos del gordo, que le quitó el móvil y un par de billetes, aunque consiguió zafarse de él perdiendo la camiseta. Cuando llegó a dónde estaban el resto de los tripulantes que habían salido, avisaron a la policía, que resultó ser tan eficaz como los bomberos y después de poner una inútil denuncia se volvieron al barco.

Mientras me contaba la historia le limpié un poco la herida y se la cubrí. La verdad es que fue un corte poco profundo. También tenía un pequeño corte en el brazo. Nada grave.

Está claro que hay que andarse con ojo por aquí.

Vaya semanita.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Fuego



Miércoles por la noche. Llevo aproximadamente una hora durmiendo cuando el segundo de máquinas aporrea la puerta del camarote y grita ¡Fuego!

El segundo oficial y yo nos levantamos como un resorte de la cama y después de medio vestirnos salimos fuera a cubierta. Resulta que el fuego es en otro barco que está atracado unos 70 metros a nuestro babor. Cinco amarres de distancia.

Hay unas cincuenta personas de pié cerca del barco y se escuchan sirenas. Aunque hay bastante humo, que fue lo que alertó a nuestro tripulante, parece que todo se solucionará rápido. Como el viento sopla desde esa dirección y por si acaso, el segundo de máquinas sugiere que preparemos una de nuestras mangueras. A ello nos ponemos.

Pasan los minutos. Llegan trabajadores de la marina con una bomba portátil y una manguera rota. Llegan los bomberos que resultan ser la versión caribeña de Tricicle. De las cincuenta personas que hay allí, unas cuarenta están borrachas, incluida la tripulación del barco que cada vez echa más humo. Todos dicen saber lo que habría que hacer pero nadie hace nada.

Un tripulante del barco que arde, tan borracho como los demás pero mucho más lúcido nos pide ayuda. Conectamos seis de nuestras mangueras y ponemos nuestra bomba a funcionar. Al menos ahora los bomberos toreros tienen algo con lo que trabajar.

En medio del caos, nos encontramos con un trabajador alemán, Sven, que trabajaba en la empresa que supervisaba la construcción de nuestro yate. El bueno de Sven trata de aparentar lo mejor que puede, pero camina más escorado que el barco que estaba ardiendo. No lo culpo. Es su primera noche en tierra después de 18 días cruzando el Atlántico en velero. El mundo es un pañuelo.

Al final el los bomberos apagan el fuego. Recogemos nuestras mangueras y bastante gente nos da las gracias. El barco accidentado, un velero de unos 20 metros, ha quedado escorado y con la proa medio hundida. Dicen que todo su interior está quemado. Por suerte nadie ha resultado herido.

Nos vamos a dormir oliendo a salmones ahumados.

Aquí la noticia, somos la “crew” del “large motor yacht”.

http://www.pbo.co.uk/news/fire-aboard-arc-yacht-saint-lucia-46351

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Santa Lucía



Este último fin de semana alquilamos un coche y nos fuimos a explorar la Isla de Santa Lucía. Es un paraíso.

Lo primero que llama a atención es lo verde que es. Dicen que parece una isla del Pacífico puesta en el Caribe, y es totalmente cierto. Selva por todos los lados. Helechos gigantes y palmeras. No nos atrevimos a parar a mear en ninguna cuneta por miedo a los velocirraptores.

De lo segundo que te das cuenta al poco tiempo es de que esto es el Caribe de verdad. Con sus cosas buenas y malas. A pesar de seguir siendo un sitio evidentemente turístico, hace que San Martin parezca un parque temático estadounidense. Si por la noche se te ocurre andar por donde no debes puedes tener un problema con los primos de Beauvue hasta las cejas de maría y con machetes de medio y metro. Pero por el día todo es alegría y calma. ¿Sabéis cuantas canciones melancólicas de amor suenan en cualquier emisora de radio? Ninguna. Los Álex Ubago y compañía aquí se morirían de hambre.

La primera parada que hicimos fue en el mercado de Castries, la capital. Lleno de color y sobre todo de olor. Especias, plátanos, cocos y sobre todo olor a humanidad. Cuando un mercado está lleno de carteles diciendo prohibido mear y escupir te da una idea clara del nivel de higiene del personal.

Después de dos cortas paradas en Marigot Bay y una aldea de pescadores llamada Anse de La Raye, nos detuvimos en un mirador a observar los dos picos llamados Les Pitons, declarados por la Unesco patrimonio de la humanidad, que no es poca cosa. Aparte de una vista impresionante, Les Pitons son lo que representan los dos triángulos de la bandera del país y le dan nombre a la cerveza local y prácticamente a cualquier cosa que se fabrique en la isla.

Más tarde pasamos un par de horas en una playa increíble de esas de postal, a la que se llega por un camino de cabras al que llaman carretera y a la que la seguridad del hotel que bloquea la entrada nos dejó pasar porque jugamos la carta de que trabajábamos en un barco y no éramos turistas.

Volvimos a dicho barco antes del anochecer ya que a nadie le gusta conducir de noche por la selva. Eso fue el sábado.

El domingo fuimos en modo más tranquilo a una playa por el otro lado de la isla. En ese lado, en la radio del coche dejó de escucharse reggae y lo único que pudimos sintonizar era música country americana. Eso, más el ir atravesando plantaciones de plátanos y cacao, y sobre todo el hecho de que el conductor fuese un sudafricano blanco… no he escuchado tantos chistes racistas seguidos en mi vida.

La playa en sí esta vez no fue nada especial, salvo por el hecho de que éramos los únicos turistas. Lo más espectacular fue ver un rondo de rastafaris cincuentones jugando a que la pelota no tocase la arena. Metros de rastas, cero por cien de grasa y toneladas de calidad con el balón.

Esta vez a la vuelta paramos a comer una pizza mientras los mosquitos nos comían a nosotros.

Lo bueno, este finde hemos visto casi toda la isla.

Lo malo, este finde hemos visto casi toda la isla.